La agorafobia es el miedo a las situaciones en las que la persona percibe que puede resultarle difícil o embarazoso escapar, o pueda no disponer de ayuda si sufre un ataque de ansiedad. Aunque se asocia con el temor a los espacios abiertos por su etimología (agora = plaza), la agorafobia se expresa en cualquier sitio que la persona perciba como inseguro y en el que se sienta desprotegido, temiendo que le pueda dar un ataque de pánico o de ansiedad: centros comerciales, ascensores, consulta del dentista, metro… Puede, por lo tanto, considerarse como zona de peligro todo tipo de situaciones, desde espacios abiertos con mucha gente, como en un ascensor o en una cena íntima.
La persona con agorafobia, como consecuencia, suele evitar situaciones que considere potencialmente peligrosas, influyendo en sus actividades diarias y en sus relaciones sociales y laborales. En muchas ocasiones, incluso, pueden preferir no abandonar su hogar.
Los síntomas de la agorafobia no son siempre los mismos, cada caso es distinto: no es cuestión del lugar, de si es abierto o cerrado, si hay o no aglomeraciones… es cuestión de la percepción que tenga esta persona de ese lugar, si lo considera como peligroso, difícil para escapar o para recibir ayuda si la necesitara. Por lo tanto, cada persona con agorafobia tendrá síntomas distintos y considerará determinadas zonas más o menos peligrosas. Pero, a grandes rasgos, algunos de los temores que pueden presentar son:
- Sentimientos de angustia y ansiedad al estar expuesto a lugares donde se cree que va a ser difícil escapar o recibir ayuda: espacios abiertos, concurridos o que consideren poco familiares.
- Con el fin de prevenir estos síntomas, las personas prefiere evitar este tipo de lugares.
- Adoptan conductas de seguridad como limitar sus salidas o depender de personas de apoyo constantemente.
- Creen que esos lugares pueden generarles mayor probabilidad de tener ataques de ansiedad. No solo van a pasar vergüenza, sino que pueden estar en peligro: piensan que les puede dar un ataque al corazón, que se pueden desmayar o que se van a volver locos.
Evitar el lugar agrava la agorafobia
El problema, y el motivo por el que se mantiene y agrava la agorafobia, reside en evitar estos lugares temidos. La crisis de ansiedad no se producen en esos lugares, sino que la persona que sufre agorafobia cree que en esos lugares se podrían dar las circunstancias para que le produzca ese ataque sin poder escapar o recibir ayuda con facilidad. Por esto, la persona con agorafobia limita sus salidas, aferrándose a una falsa seguridad, hasta el punto – en muchos casos- de quedarse en casa. Y, aunque así consigue evitar los ataques de pánico, no conseguirá reducir la ansiedad porque sigue preocupándose por qué ocurrirá la próxima vez o qué nuevos lugares podrían ser también “peligrosos”. Esta conducta de seguridad – junto a la dependencia de personas de apoyo- se traduce en un círculo vicioso: cuanto más limita los lugares “seguros”, mayor ansiedad siente y, como consecuencia, acaba recluyéndose más y más para protegerse de los peligros.
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