Guía para ser un (poco) más feliz

mujer dada la vuelta de espaldas en el campo encima de la montaña mirando un mapa para no perderse y guiarse

La felicidad es una elección y una actitud: no depende de lo que nos pasa, sino de cómo nos tomamos las cosas. En esto nos ayuda mucho el sentido del humor, la fuerza de voluntad, la actitud positiva y el optimismo inteligente. Habilidades y valores que se pueden – y debemos- desarrollar. No son los hechos los que nos generan las emociones que sentimos, sino cómo interpretamos esos acontecimientos.

¿Y cómo elegimos ser felices? Teniendo en cuenta que las emociones dependen de los pensamientos, es imposible sentirse feliz con pensamientos negativos. Entonces, ¿cómo nos deshacemos de los pensamientos negativos?  Aunque los pensamientos automáticos no los podemos controlar, sí podemos evitar que se mantengan durante todo el día. Cuando nos venga un pensamiento negativo, lo primero que tenemos que hacer es reconocerlo y aceptarlo. Ser conscientes de que es totalmente normal sentir frustración, enfado o tristeza en algún momento: “me enfado porque mi amigo se ha olvidado de nuestra quedada”, “mi compañera de trabajo me ha contestado de malas maneras”. En ese momento sentimos enfado y lo aceptamos. Pero dejamos ir esa emoción, tratamos de cambiarlo por pensamientos positivos: “no se acordó porque tendría muchas cosas en la cabeza” o  “mi compañera habrá tenido un mal día, pero eso no tiene nada que ver conmigo”. El primer paso es la aceptación, y el segundo es el compromiso, es decir, no dejarnos llevar por dichos pensamientos y no actuar conforme esos pensamientos.

¿Cómo nos afectan nuestros pensamientos?

Nuestro bienestar emocional depende de nuestros pensamientos. El cuerpo y la mente están conectados: todo lo que pensamos repercute, de una manera u otra, en nuestro cuerpo. Tenemos pensamientos constantes sobre aquello que nos resulta interesante, nos preocupa o nos enfada. El problema es cuando estos pensamientos nos dominan, dándoles demasiada importancia, distorsionando la realidad y alejándonos del presente. Preocuparnos por momentos ya pasados o cosas que podrían pasar en el futuro, crea en nosotros unas emociones fuertes que nos afecta tanto mental como físicamente: ansiedad, dolor de barriga, dolores de espalda.

Vivimos en el presente, pero muchas veces nuestros pensamientos se estancan con algo ocurrido en el pasado, o se centran en algo horrible que pueda pasar en el futuro (“mi pareja se va a enamorar de otra persona”, o “me van a echar del trabajo”). Entonces, en esos momentos, nuestro cuerpo y nuestra mente ya lo está viviendo como si estuviera ocurriendo. En caso de que ocurriera – probablemente no pase, porque siempre nos ponemos en lo peor- es preferible que, en vez de preguntarnos “por qué” nos pasa esto a nosotros, nos preguntemos “¿para qué?”, “¿de qué me sirve pensar así?”.

La resiliencia como habilidad para ser feliz

Somos resilientes cuando, de una circunstancia difícil, adoptamos una actitud positiva y aprendemos a salir de la derrota, aceptando lo ocurrido y transformándolo en una oportunidad de desarrollo personal. Hay personas que, ante la mínima desgracia o situación negativa, se sienten miserables y alargan esta sensación. Otros, sin embargo, ante situaciones más dramáticas saben sobreponerse y encarar el futuro. La vida está llena de momentos malos y buenos, y cómo nos enfrentemos a los negativos dependen de nuestra manera de ver las cosas. Si somos resilientes, nos tomaremos las adversidades como momentos difíciles y no obstáculos difíciles de superar, y por lo tanto, como unas pruebas más para crecer.

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