Con motivaciones nos sentimos realizados y encontramos el sentido a nuestra vida. Sin motivaciones en la vida – por muy pequeñas que sean- nos sentimos desanimados y desilusionados.
La mayoría de nosotros vivimos una vida marcada por la rutina: trabajo, obligaciones… que ocupan la mayor parte del día. Así que es muy fácil que acabemos sintiéndonos desganados, viviendo con el piloto automático, y que a pesar de hacer muchas cosas, nada nos termina de llenar el vacío que sentimos. Cuando hablamos de motivaciones no nos referimos a un objetivo grande, sino aquello que encontramos en nuestro ámbito social, en nuestra familia, en el deporte, en nuestras aficiones (libros, películas). La motivación hace referencia a la energía previa a la acción, es decir, la energía que nos conduce hacia una acción, definiéndose como los motivos que todos necesitamos para actuar y ser nosotros mismos. Muchas veces caemos en el error de buscar la motivación en otras personas y no en nuestro interior, lo que se llama motivación intrínseca, lo que puede derivar en problemas de dependencia emocional o falta de autoestima.
La motivación surge cuando le otorgamos un sentido a nuestras acciones. No se trata de la meta que alcanzamos con estas acciones, sino al modo en que nos sentimos haciéndolo y que nos conduce al bienestar.
¿Por qué nos cuesta motivarnos?
La motivación, como decíamos, se refiere al motivo para tomar esa acción. Sin embargo, muchas veces, aunque sabemos que debemos hacer algo por nuestro bien (una tarea pendiente, estudiar para un examen, realizar ejercicio, algo que nos hemos propuesto…), no conseguimos reunir las fuerzas para hacerlo. Soñamos con los resultados, pero no encontramos el momento ni las ganas para realizarlo. Esto sucede porque le damos más importancia al dolor o a la pereza que supone realizar esa acción, que el placer que supondrá el efecto. Por ejemplo, tenemos que estudiar para el examen de dentro de dos semanas. Vamos aplazando el momento de estudiar porque el “dolor” que supone empezar es mayor que el dolor de posponer la tarea. Llega un momento (para casi todos nosotros) en el que el dolor de suspender el examen es mayor a aplazar el estudio, por lo que nos ponemos – el día de antes- a estudiar esperando aprobar.
¿Cómo conseguimos motivarnos y seguir motivados?
- Fija metas concretas, defínelas claramente y ponle fecha para hacerlo. Acabar esta tarea, ir al gimnasio mínimo 3 días a la semana, desayunar todos los días. Evita las metas ambiguas fáciles de incumplir en algún momento (estar en forma, ser estudiosa).
- Visualiza tu objetivo. Visualízate ahora e imagina cómo te sentirás cuando cumplas tu objetivo. Las emociones positivas son las que mueven, principalmente, nuestra acción, más que los factores racionales.
- No te castigues si fallas. Aunque no hayas realizado esa tarea un día o durante un tiempo, no tires todo por la borda. Los fallos de manera puntual no son contratiempos o fracasos, a no ser que se conviertan en costumbre. Piensa en por qué has fallado y qué podrías cambiar en el futuro.
- Piensa en positivo. Tus pensamientos influyen en cómo afrontas cada paso. Céntrate en tu discurso interno, en gestionar su influencia y en ser consciente de que tu estado mental es la clave para poder cumplir los objetivos que nos hemos fijado.
- Crea hábitos para mantener la motivación. Debemos tener en cuenta que la motivación no es permanente, sino que es fundamental adoptar el hábito de permanecer motivados para conseguir nuestra meta. Son necesarios pequeños esfuerzos diarios (algunos días supondrá un esfuerzo mayor) para conseguir mejores resultados.
La motivación, por tanto, es la que nos ofrece un porqué. Sin un motivo no realizaríamos acciones y no tendríamos la capacidad para esforzarnos a conseguir que eso que nos proponemos.