Para muchas personas, preocuparse supone un hábito. La preocupación les acompaña diariamente y están constantemente pensando en posibles problemas o peligros, lo que les impide vivir de manera relajada. “Preocupación” significa ocuparse de algo que todavía no ha ocurrido y que puede – o no- suceder en el futuro. Consiste en tener la mente ocupada con pensamientos negativos sobre algo que tal vez nunca ocurra, causándoles temor o inquietud constantes. ¿Qué sentido tiene, entonces, preocuparse por algo que todavía no ha sucedido?
Aunque la preocupación puede ser útil para tomar decisiones y resolver un problema, cuando ésta se convierte en constante y excesiva, manteniéndonos en alerta por todo lo que pudiera pasar, puede influir en nuestra energía emocional y aumentar nuestros niveles de ansiedad.
La preocupación crónica es un hábito mental que puede superarse si entrenamos el cerebro para que mantenga la calma y ver la vida desde una perspectiva más realista.
¿Por qué es tan difícil dejar de preocuparnos?
Las personas que se preocupan excesivamente, pretenden evitar los problemas y las situaciones complicadas, por lo que, para ello, se preparan siempre para lo peor y así tener previstas posibles soluciones. Cambiar el hábito para poner fin a la preocupación crónica es complicado, pues creen que es una manera de protegerse. Por ello, para acabar con ella y con la ansiedad asociada, es necesario dejar de creer que preocuparse constantemente es positivo: preocuparse es el problema, no la solución.
Claves para evitar la preocupación excesiva
- ¿El problema tiene solución? Muchas veces estamos constantemente preocupados por problemas que no dependen de nosotros, pero, aún así, le dedicamos nuestros pensamientos. Por eso, es importante saber distinguir entre las preocupaciones que tienen solución y las que no la tienen. Si lo que nos preocupa tiene solución, entonces pensaremos en cómo solucionarlo, siendo una preocupación productiva. Por lo contrario, si no lo tiene, o no podemos resolverlo nosotros mismos, debemos aceptar la situación, asumir que no podemos hacer nada para cambiarlo y no prestarle tanta atención.
- Dedica un tiempo en concreto para la preocupación. Es difícil concentrarse en las actividades diarias cuando nuestros pensamientos están controlados por la ansiedad derivada de la preocupación constante. Intentar desviar la atención y distraerse haciendo otras cosas para evitar la preocupación puede funcionar al principio, pero al final acaba volviendo esa preocupación, incluso, con más fuerza. Por eso, es aconsejable dedicarle un momento y espacio concreto a los pensamientos que preocupan. En ese tiempo, puedes prestarle atención a todo lo que te preocupa y así dejarte el resto del día libre.
- Aceptar la incertidumbre. Muchas veces, la incertidumbre deriva en sentimientos de ansiedad y preocupación constante: “¿qué pasaría si…?”. Cuando no podemos controlar la imprevisibilidad, tendemos a ponernos en lo peor, como manera de predecir el futuro y así evitar sorpresas. Sin embargo, anticipar soluciones nos mantiene con un dolor emocional constante. Nos preocupamos por cosas como “¿se enamorará de otra persona?” “¿me van a contratar para este puesto de trabajo?”. Podemos hacer frente a estas preocupaciones preguntándonos a otros mismos: “¿qué le dirías a alguien que está en tu misma situación, preocupándose por lo mismo?”.
- Practica el Mindfulness. Generalmente nos preocupamos por cosas que podrían ocurrir en el futuro, olvidándonos de que lo que realmente importa es el momento presente. Para ello, debemos reconocer los pensamientos y las emociones en el momento en que surgen, sin intentar controlarlos, sólo observándolos: verlos desde fuera, como si lo estuviéramos viendo a través de una pantalla. Entonces estaremos enfocando nuestra atención a ese momento en concreto, sabiendo que se acabarán yendo.