¿Por qué nos cuesta tanto dejar de fumar?

¿Qué es lo que muchas veces nos impide dejar de fumar? ¿La dependencia física y el síndrome de abstinencia, o la dependencia psicológica que genera el haber creado de fumar una rutina y un hábito?

Muchos fumadores piensan que el hecho de fumar sólo se explica por la dependencia física. Pero si solo dependiera de la adicción física, al superar un tiempo sin fumar, esa persona podría eliminar el consumo para siempre: el nivel de nicotina habrá descendido hasta eliminarse y no existirían razones físicas para volver a fumar. Pero, ¿cuántas personas que dejan de fumar, retoman el hábito pasadas unas semanas? Han superado, en un momento, la adicción física, pero no han conseguido afrontar la psicológica, es decir, no han conseguido deshabituarse a la rutina que implicaba fumar.

Hablamos, pues, de dos dependencias que hay que afrontar para dejar de fumar: dependencia física y psicológica:

Dependencia física

La dependencia física aparece cuando un organismo se ha acostumbrado a funcionar con un cierto nivel de –en este caso- nicotina en la sangre. Cuando fumamos durante un tiempo, se produce una tolerancia a la nicotina en nuestro organismo, y luego un equilibrio. Entonces, para que nuestro organismo funcione correctamente, se necesita una dosis periódica de esta sustancia. En este momento, aparece en nosotros una “necesidad” o “urgencia” por fumar. Sin embargo, cuando decidimos dejar de fumar y cortamos el suministro de nicotina, sentimos los síntomas de abstinencia: sensación de tristeza, dificultad para pensar con claridad, ansiedad, irritabilidad, trastornos del sueño, aumento del apetito…  Pero si aguantamos 3-4 semanas sin fumar, podemos superar la adicción física: nuestro cuerpo ya no necesitará nicotina.

Dependencia psicológica

Por otro lado, tenemos que afrontar la dependencia psicológica. Para ello, se pueden necesitar más de 3-4 semanas y puede alargarse en el tiempo. Aunque superemos la dependencia física, si paramos a pensar en lo que nos gustaba fumar, lo bien que nos sentaba, podremos recaer en cualquier momento. Si solemos fumar al tomarnos algo con amigos, un café, por ejemplo, podemos asociar este acto con un cigarro, y pensaremos en fumar cada vez que nos sentemos a tomarnos ese café. Y siguiendo con esta dependencia, que afecta a la mente, nos preguntamos ¿por qué fumamos? Es una cuestión de hábito, de refuerzos y condicionamientos asociados a dicha sustancia.

¿Por qué fumamos?

Al igual que sucede con otros hábitos de comportamiento – lavarse los dientes, mirar el móvil – fumar es una conducta aprendida.

Por una parte, y como hemos dicho antes, se convierte en un hábito al asociar la conducta de fumar con otras tareas: con el café en la sobremesa, después de comer, de camino a casa al salir de trabajar, tomando algo con los amigos. Tal puede ser la asociación, que nos sentiríamos incompletos e insatisfechos si realizamos alguna de estas tareas sin fumarnos un cigarro, o sentiríamos que sin el cigarro, las emociones negativas no desaparecen de la misma manera.

La práctica hace al maestro: fumar puede convertirse en un hábito por la práctica. Si sumásemos todos los cigarros que nos fumamos en una semana, o incluso en un mes, nos daríamos cuenta de que hay pocos actos que realicemos tantas veces. Por esto, al final automatizamos la conducta, hasta el punto en que fumamos sin apenas haber decidido que lo íbamos a hacer.

Además, la sensación que obtenemos al fumar puede ser positiva. Cuando fumamos, el nivel de nicotina en sangre aumenta, y transcurrido un tiempo determinado, ese nivel de nicotina va descendiendo. En este punto, nuestro organismo siente sensaciones de malestar que sólo desaparecen si volvemos a fumar. Esto es una característica de tener dependencia física a esa sustancia

No existen fórmulas mágicas para dejar de fumar. Si queremos abandonar este hábito, debemos estar completamente decididos, poner esfuerzo personal y superar el factor más importante: el tiempo.

Fumar como cualquier otra droga química, genera una “huella” en nuestro cerebro. Una simple calada puede ser el detonante que nos lleve a una recaída. No es lo mismo que una persona que nunca haya fumado antes, fume un cigarro, que se fume uno alguien que lleva 5 años de abstinencia.

Si queremos abandonar el hábito de fumar, tenemos que tener una actitud de aprendizaje. Aprender nuevas maneras de responder ante las emociones y nuevos lugares donde relacionarnos. Para ello, al principio tendremos que evitar ciertos lugares, pero una vez nos vayamos sintiendo más seguros y hayamos incorporado las nuevas prácticas, podremos volver progresivamente a nuestra rutina diaria.

 

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