¿Gestionamos bien nuestro enfado?

El ser humano cuenta con 8 emociones básicas: 4 primarias y 4 secundarias. Las primarias están presentes desde que nacemos, y las secundarias se desarrollan a partir de los primeros meses de vida. El enfado, entonces, es una respuesta innata, junto a la alegría, la tristeza y el miedo. Desde pequeños, la sensación de enfado la transformamos en rabietas, llanto, y a partir de aquí los adultos pueden entender la personalidad de cada bebé.

Cuando nos vamos haciendo adultos y nuestros procesos cognitivos van avanzando, aprendemos herramientas para manejar el enfado y vivirlo de manera constructiva. O no. Sentir de vez en cuando el enfado es algo normal y natural, el problema es saber gestionarlo, si esta emoción va más allá de lo natural, ocupando gran parte de nuestro día a día. Sabemos si podemos gestionarlo en función de cómo lo sentimos y cómo lo expresamos.

A continuación compartimos algunas señales que pueden indicar si estamos realizando una buena gestión del enfado, o de lo contrario, nos enfadamos constantemente, de manera desmesurada y no podemos manejarlo con naturalidad:

  • En función de la intensidad que sentimos. Si la intensidad con la que nos enfadamos es moderada, es probable que no tengamos problemas con el enfado. Por el contrario, si sentimos los enfados duraderos y de alta intensidad, es probable que tengamos problemas para vivir y gestionar el enfado.
  • ¿Cómo manejo mi enfado? Si nos expresamos de manera asertiva, sin invadir los derechos de los demás pero defendiendo los nuestros propios, estaremos realizando una buena gestión del enfado. Sin embargo, si a raíz de esta emoción, acabamos gritando, golpeando o insultando, estaremos defendiendo nuestros derechos invadiendo los de los demás, por lo que no estaremos manejando de manera correcta nuestra emoción.
  • El motivo. Si pensamos que la gente puede equivocarse, que el hecho que nos ha enfadado no ha sido malintencionado, o que su objetivo no ha sido fastidiarnos, entonces nuestro enfado será menor y podremos resolver la situación de manera efectiva. Pero, si pensamos que ha sido a propósito y nos sentimos atacados, nuestro nivel de enfado será elevado. En este punto, la probabilidad de que controlemos esta emoción es baja, además de dificultar la resolución del problema. De esta manera, acabamos enfadados, sin resolver el problema y con los problemas interpersonales que haya podido generar nuestra dificultad controlando el mismo.

Estas dificultades a la hora de manejar el enfado, además de generar problemas en el ámbito familiar, laboral o social, puede afectar a nuestra salud. En el momento en que estamos enfadados sin poder controlar la ira, nuestro sistema físico está al límite, pudiendo derivar incluso, a largo plazo, en problemas cardiovasculares.

 

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